Como ya comenté en otra entrada, en las clases de Metodología II hemos estado hablando mucho sobre las presentaciones orales, tema que ha despertado mucha polémica por varios motivos, cosa que ha desencadenado unos debates muy interesantes.
El primer motivo es que nos costó mucho ponernos (más o menos) de acuerdo sobre qué es ser un buen orador. Los puntos más conflictivos fueron “ir bien vestido”, “hacer preguntas para captar la curiosidad del público”, “postura corporal abierta”, “utilizar un lenguaje claro”, entre otros. Sinceramente, me sorprendió mucho tanta oposición a todas estas variables, tal vez porque en mi formación como traductora e intérprete ya analizamos que cómo se cuentan las cosas tiene repercusión en la manera en que nuestro mensaje llega al receptor. Creo que se interpretó que una exposición oral solo puede ser buena si cumple estas variables e, incluso, que cumpliendo estas variables ya se tiene una exposición oral buena. Por supuesto, no defiendo que eso sea así. Pero sí que creo que se si se tienen en cuenta todas estas cuestiones estás ayudando a que tu mensaje (que por descontado tiene que estar bien estructurado, ser interesante y ser relevante) llegue mejor al público. Sobre todo, si el público en cuestión está ahí por obligación y no le interesa nada lo que les vas a contar.
También me dio la sensación de que se estaba diciendo, de una forma implícita y tal vez muy sutil, que fijarse en estas cuestiones de “forma” resulta superficial y lo que importa es el “fondo”. En mi opinión, esta división entre “forma” y “fondo” no existe en las exposiciones orales: tan importante es lo que lo que decimos como cómo lo transmitimos.
En ese mismo momento estaba leyendo “Saber hablar”, de Antonio Briz, y él pone mucho énfasis en que cuando hablamos no lo hacemos para nosotros, sino para nuestros receptores y es una muestra de respeto hacia ellos ponerles las cosas más fáciles: controlar el tiempo, estructurar bien el mensaje, resaltar las ideas más relevantes; pero también ir correctamente vestido para la situación en la que estamos, que nuestros gestos no despisten en lugar de ayudar a la comunicación y utilizar formas de la retórica para atraer la atención de nuestros oyentes, entre otras condiciones que menciona en su libro.
Otro de los motivos por el que este tema ha resultado polémico es porque se oyó alguna voz que preguntó para qué hacíamos eso y por qué era tan importante que aprendiésemos a hablar bien en público. Creo que estas son unas cualidades básicas para ser profesor: la mayoría de los que yo considero los mejores profesores que he tenido no destacaban por saber mucho o porque su materia me gustase especialmente, sino porque eran grandes comunicadores y hacían que su materia resultase interesante incluso a adolescentes hormonados. Como profesores, nos comunicamos todo el rato con nuestros alumnos y, por mucho que nos pese, muchos de estos alumnos no querrán atender a los mensajes que les intentamos hacer llegar. Si hacemos que otros elementos no distraigan la atención, quizás logremos que nuestros aprendan más y mejor.