Durante estos días hemos estado hablando en diferentes asignaturas sobre los distintos enfoques teóricos que han querido dar explicación a cómo se adquieren las lenguas (tanto las nativas como las no nativas) a lo largo de la historia.
Uno de estos enfoques es el del conductismo: en esta aproximación, y simplificando mucho, se afirma que el niño adquiere la lengua tal y como adquiere cualquier otro comportamiento, es decir, va imitando formas que observa en los adultos. Es importante destacar que el concepto de «imitación» implica que la persona que imita no entiende qué está diciendo ni sabe cuáles son los constituyentes de esta producción lingüística que está emitiendo. En la enseñanza de segundas lenguas este enfoque tuvo como consecuencia los famosos cassettes de «listen and repeat» (que levante la mano cualquier aprendiente que no haya hecho alguna actividad de estas, que me apuesto lo que sea a que serán minoría).
Entre las diversas carencias que presenta este enfoque hay una que me ha parecido muy interesante y es la de que no explica la formación analógica de palabras. Así, si el niño sabe que la primera persona del verbo cantar es canto, podrá deducir que la primera persona del verbo comer es como, aunque no lo haya oído previamente. Esto genera una pregunta, desde mi punto de vista, aún más interesante y que yo nunca antes me había formulado: si aprendemos imitando, ¿cómo puede ser que los niños produzcan formas lingüísticas incorrectas que los adultos no producen?
Esto es lo que se conoce como el comportamiento en U (U-shape behaviour). Los niños, en una primera etapa, dicen sé. Aún no han aprehendido la norma y están simplemente repitiendo sonidos. De repente, y sin que lo hayan escuchado previamente en un adulto (porque ningún adulto dice esto) empiezan a decir *sabo. Esto ocurre porque han formado analógicamente la primera persona del singular del verbo saber siguiendo la norma que he comentado anteriormente del verbo cantar. Todavía no han adquirido que el verbo saber es un verbo irregular y, por tanto, su lógica les dice que deben conjugar el verbo como indica la norma que han deducido. En una fase final, el niño adquirirá la forma irregular sé y ya no volverá a producir la forma agramatical descrita anteriormente. También me parece destacable que esta última adquisición no depende de las correcciones que los adultos realicen al niño: el niño adquirirá este dato lingüístico correcto cuando él quiera. No necesita que le corrijan, porque todos los datos lingüísticos (o input) que recibe se lo dirán.
¿Y en la adquisición de segundas lenguas también se da este fenómeno? Sí. Puede ocurrir, por ejemplo, que un aprendiente de español como lengua extranjera siga el mismo recorrido que ha realizado el niño. Por ejemplo, en una primera fase, un aprendiente utiliza la palabra roto sin haber hecho una reflexión sobre ella. Más adelante, le explican que el los participios de los verbos que acaban en -er se forman añadiendo el sufijo -ido, como las formas comer y comido. Y él, a partir de esa explicación, sobregeneraliza la norma y forma el participio *rompido. En este caso, sí que sería conveniente una corrección para que el hablante entienda que hay formas irregulares y que roto es una de ellas.